La visión
secular del mundo
Junto a la
secularización de la política hubo una secularización del pensamiento.
La revolución científica del siglo XVII sentó las bases de una visión
del mundo que no dependía de las asunciones y categorías cristianas.
Al liberarse de la teología, los filósofos descubrieron nuevos aliados
en la ciencia y las matemáticas. Para pensadores como Francis Bacon
y el filósofo francés René Descartes, el destino del alma era menos
importante que el funcionamiento del mundo natural, y aunque Bacon
era empirista y Descartes un racionalista, ambos creían que el poder
de la razón humana, utilizado correctamente, se imponía a la autoridad.
Entre los distintos
creadores del pensamiento moderno, ninguno fue más importante ni
más celebrado que el físico inglés Isaac Newton, que descubrió una
explicación mecánica que abarcaba todo el universo sobre la base
de la ley de la gravedad universal. El respeto que Newton inspiró
a los filósofos del siglo XVIII difícilmente puede ser exagerado.
Determinados a popularizar una imagen del mundo científica y a adaptar
sus métodos a la tarea de la crítica social y política, las principales
figuras de la Ilustración pusieron los problemas del mundo directamente
en el centro de su actividad intelectual. En el compendio más famoso
del pensamiento ilustrado, la Enciclopedia (1751-1772), Denis Diderot
(el editor), Jean dAlembert, Voltaire y otros autores cuestionaron
la concepción religiosa del mundo y abogaron por el humanismo científico
basado en la ley natural.
Las inquietudes sociales
Muchas transformaciones
sociales, culturales y especialmente políticas, llegaron con el
siglo XVIII. El avance de la ciencia, el despertar del pensamiento
impulsado por filósofos y pensadores y el crecimiento cada vez más
sostenido de la población, permitieron que en toda Europa surgieran
movimientos contrarios a las monarquías y a los sistemas de gobierno
imperantes. Las inquietudes mayores se reflejaron a partir de mediados
de la centuria y desembocaron en la revolución en Francia.
Al comenzar
el siglo, la vida parecía transcurrir plácidamente en algunas regiones.
La agricultura se mantenía como la principal fuente de recursos.
Entre el 80 y el 90 por ciento de la población vivía en el campo.
En Inglaterra y Holanda se acrecentaron los conocimientos en siembras
y cultivos, y surgió la llamada revolución agraria. Se hizo conocida
y adquirió fama la Escuela Fisiocrática, que desarrolló el primer
modelo completo de teoría económica y sostenía que toda la riqueza
tenía su origen en la tierra.
Revolución demográfica
En el transcurso
de esta centuria se produjo otra revolución: la demográfica, que
fue el resultado de una disminución de la tasa de mortalidad infantil
y de una prolongación de la duración media de vida. El promedio
de vida era de 21 años en 1680, y aumentó a 32 años en 1774. Entre
1780 y 1789, la población europea aumentó de 120 millones a 187
millones.
Hasta pocos
años antes de que en Francia surgieran los problemas que llevaron
a la revolución de 1789, se mantuvo en Europa la organización social
tradicional, caracterizada por la ordenación jerárquica de sus órdenes
y estamentos. En los países católicos se mantuvieron las tres órdenes,
que eran el clero, la nobleza y el estado llano. En cambio, en los
países protestantes había desaparecido el clero como estamento de
la sociedad.
En las naciones
más desarrolladas, como Inglaterra y Francia, se produjeron, a partir
de mediados de siglo, algunos desajustes entre las estructuras sociales,
económicas y políticas. Nació así la incertidumbre acerca de si
esta inquietud terminaría pacífica o violentamente.
El despotismo ilustrado
Durante la
segunda mitad del siglo XVIII, la ilustración se alió con el absolutismo.
Inspirados por los filósofos, monarcas absolutos como Federico II
el Grande de Prusia, José II de Austria y Catalina II de Rusia,
se modelaron a sí mismos en el ideal del rey filósofo e intentaron,
con distintos niveles de éxito, utilizar el poder al servicio del
bien común. A pesar de su sinceridad, su mayor éxito fue radicalizar
aún más el absolutismo. Bajo su mando, el particularismo político
continuó su retirada ante el avance de la uniformidad legal a través
de los códigos de leyes y las regulaciones administrativas y burocráticas.
Efectivamente, hubo un resurgir aristocrático durante el siglo,
pero los aristócratas debían su nueva vitalidad a su obligación
de servir al Estado. En resumen, bajo los monarcas absolutos ilustrados
la centralización del poder se desarrolló rápidamente; en un auténtico
esfuerzo por mejorar el bienestar de sus súbditos, los déspotas
ilustrados introdujeron aún más el poder del Estado en la existencia
diaria. En España, bajo Carlos III florecieron las artes y las letras
amparados por gobiernos dirigidos por políticos excelentes, como
el conde de Aranda, el conde de Campomanes, Gaspar Melchor de Jovellanos
y el conde de Floridablanca, amigos y seguidores de los ilustrados
franceses y de los nuevos ideólogos ingleses.
Buenas y malas costumbres
La riqueza
adquirida por algunos reyes, generalmente a costa de los fuertes
impuestos aplicados a sus súbditos y el avance económico cada vez
más notorio de los nobles y comerciantes, trajo como consecuencia
un sistema de vida distinto en la Europa de los siglos XVII y XVIII.
En este periodo
se desarrolló intensamente el llamado arte barroco, que tuvo influencias
renacentistas; las vestimentas cambiaron, los muebles comenzaron
a tener estilos y la frivolidad cortesana se hizo más suntuosa.
Algunos ejemplos
La última
moda de las damas del siglo XVII, en cuanto a cosmética, era decorar
sus mejillas, mentón y frente, con la aplicación de varios lunares
y pecas de terciopelo o de seda. Se hizo popular el uso de tabaqueras
y el peinado más corriente entre la alta burguesía era el llamado
"de cuernos".
Tanto los hombres
como las mujeres solían vestir gran cantidad de ropa. Sin embargo,
para la mayoría de las personas, esas prendas representaban todo
su guardarropa. Se acostumbraba a cambiar la ropa interior no más
de una vez por mes.
Otra costumbre
se refería a la limpieza. Estaba arraigada la convicción de que
lavarse con frecuencia era perjudicial para la piel; los cabellos
y los dientes. Para su aseo matinal, a las damas se les aconsejaba
limpiarse el rostro con un lienzo blanco. En cambio, usaban gran
abundancia de perfumes, pastillas de anís y toda clase de cosméticos.
Las casas eran
adornadas con pesados paños o gobelinos, entretejidos con hilos
de lana, seda, oro, y plata, con los cuales se dibujaban figuras.
En parte visible del salón, los hombres colocaban panoplias, decoraciones
que estaban constituidas por armas y armaduras. Eran como trofeos
de guerra que se compraban en cualquier almacén.
En el estado
llano (estrato social inferior), sin embargo, la cosa era muy distinta.
Las diferencias entre las clases adineradas y las pobres eran muy
notorias. La mayoría del pueblo vivía en condiciones de miseria,
situación que se acentuó al finalizar el siglo y aumentó en el siglo
XVIII con el notable crecimiento demográfico que tuvieron las naciones
europeas.
La era de las revoluciones
Hacia finales
del siglo XVIII la concentración de poder en manos del monarca comenzó
a ser desafiada. La rebelión europea contra el absolutismo se intensificó
con el éxito de la guerra de la Independencia estadounidense y la
creación de los Estados Unidos y por el auge de la burguesía inglesa,
el cual coincidió con la Revolución Industrial. Esta rebelión cristalizó
por primera vez en Francia, en 1789, y desde allí se extendió por
todo el continente durante el siglo siguiente.
La Revolución Francesa
La Revolución
Francesa abarcó una serie de acontecimientos que transformaron la
atmósfera política, social e ideológica de la Europa moderna. Estos
hechos comenzaron cuando la aristocracia, que rehusó a pagar impuestos,
obligó al rey Luis XVI a restablecer los moribundos Estados Generales
en la primavera de 1789. Pocos sospechaban que esta decisión desataría
fuerzas elementales e irresistibles de descontento. Aunque tenían
diferentes fines, aristócratas, burgueses, sans-culottes (los habitantes
pobres de las ciudades) y campesinos se unieron en la resolución
de alterar las condiciones de su existencia. Junto a esta declaración
de sus intereses, un cuerpo de ideas y teorías políticas heterogéneas
orientó las energías revolucionarias, en particular, la doctrina
de Jean-Jacques Rousseau de la soberanía popular que influyó en
los líderes más capaces del tercer estado (el pueblo llano). Cuando
la Asamblea Nacional proclamó la Declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano en agosto de 1789, pretendía advertir al
resto de Europa que había descubierto unos principios de gobierno
universalmente válidos.
El reinado del Terror
La monarquía
constitucional que había surgido en 1791 era tan insatisfactoria
para el rey como para los jacobinos, una facción de los revolucionarios.
En la Asamblea Legislativa (1791-1792), éstos y los girondinos (otra
facción revolucionaria menos radical) propugnaron establecer una
república, al mismo tiempo que preparaban una declaración de guerra
contra Austria (abril de 1792). Cuando las tropas francesas sufrieron
reveses iniciales, la temperatura revolucionaria subió todavía más
y, en septiembre, la recién formada Convención Nacional proclamó
la República en Francia. El 21 de enero de 1793, Luis XVI fue ejecutado
y durante el año y medio siguiente, el país fue gobernado por dirigentes
revolucionarios, cuyos sueños de perfección moral y odio a la hipocresía
inspiraron un periodo conocido como reinado del Terror, que convirtió
a la guillotina en el símbolo del mesianismo político. La furia
moral del Comité de Salvación Pública no conoció fronteras territoriales,
y sus miembros llevaron a cabo una escalada de guerras contra una
coalición de potencias europeas cuyo absolutismo chocaba con sus
ideales revolucionarios. Su éxito puede atribuirse en parte a la
conscripción obligatoria instituida en agosto de 1793, que demostró
el terrible potencial militar de una nación en armas. No obstante,
el miedo invadió finalmente al propio Comité; en julio de 1794 Maximilien
de Robespierre, su máximo dirigente, fue arrestado y ejecutado.
Durante la reacción posterior, los franceses olvidaron pronto la
república de la virtud y dieron la bienvenida a una nueva
etapa casi como un símbolo de libertad.
Llegada de Napoleón al
poder
El gobierno
del Directorio, muy difamado, intentó asimilar los elementos menos
controvertidos de la herencia revolucionaria y llevar un coup de
grace (golpe de gracia) al mesianismo jacobino. El Directorio, determinado
a alentar las carreras de hombres de talento, hizo posible el rápido
acceso al poder de Napoleón Bonaparte. Con la connivencia de dos
directores, Napoleón preparó un golpe de Estado en noviembre de
1799, gobernó de forma autoritaria y se coronó emperador en 1804.
Napoleón, un estudiante que llegó a la mayoría de edad durante la
Revolución, está considerado como el último de los monarcas absolutistas.
Como parte de su plan para extender los principios de la Revolución
Francesa, promulgó el Código napoleónico, un sistema codificado
de leyes, y puso la educación bajo control estatal. Entre los principios
revolucionarios de libertad e igualdad, prefirió este último en
el conocimiento de que sólo sería estimulado por una autoridad central
fuerte.
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